Solombia

Si algo me emocionaba de este viaje a Colombia era saber que iba a ser la única que no supiera el significado de la palabra chimba y que además lo dijera con acento extraño. No siempre somos la nota discordante del grupo, el exotismo encarnado, la que baila salsa y perrea. Tampoco se da todos los días que podemos abusar, sin consecuencias, de la torpeza y excusa de no saber; no sé llegar, no sé lo que significa, no sé donde queda, no sabía que eso no se hace. Llevaba mucho tiempo esperando esa pizca de libertad y atención pasajera.

El primer día del Diplomado de Improvisación Teatral, luego de disfrutarme esa primera hora de atenciones y de hablar con vanagloria hiperbólica de los grandes proyectos que nunca he terminado, estuvieron toda una hora hablando de una chica que no había llegado todavía. Como un bofetón me llega la noticia de que todos estos beneficios los tenía que compartir con una argentina que se llama Patricia. Ya conocía a una Patricia en Puerto Rico y es una de esas personas que te marca la vida. Escuchar nuevamente este nombre era vitalizar la memoria de aquel monstruo de mi pasado y evocar aquella risa alta y satánica, que tantas veces me quitó el sueño. Era volver a verla rascándose la cabeza, dejando que la caspa cayera por todo el escritorio. En aquella mujer no habitaba ni una pizca de gracia; se manchaba la ropa cuando comía y siempre tenía residuos de jugo en su bigote preadolescente. Hoy día fantaseo con volverla a ver y que ese bigote se haya intensificado y esparcido por toda su cara.


monstruo cruel

Naturalmente, el mismo rencor que le guardé todos estos años a aquel ser que me atormentó la juventud, estaba lista para depositarlo en la Patricia que estaba a punto de llegar a mi vida. Estuve mirando el reloj casi dos horas, esperando que la puerta se abriera y entrara alguien igual de desagradable, pero nunca llegó. Automáticamente canté victoria en la competencia que estaba teniendo sola, olvidando uno de los beneficios primordiales de ser extranjero, poder perderse. El protagonismo que creí que iba a tener en este Diplomado se iba disipando con la espera. Ojalá esta Patricia también tuviera una lasca frondosa arriba del labio. Nunca llegó.

El segundo día esperamos todos en el salón a que llegaran las dos caras que faltaban, la del primer profesor y la argentina, de la cual nuevamente no habían rastros. No tenía ningún panorama estético de Patricia, la espera me permitió divagar entre todas las posibilidades físicas. Pensé que se volvió a perder. Alguien que se pierde tanto no debe llegar muy lejos, esto incluyendo en la memoria o algún otro aspecto esotérico de la vida. Se volvió a abrir la puerta y se asomó una cara inofensiva, casi angelical, no era pelirroja como ya a estás alturas de la tardanza iba imaginando. Me puse territorial en un territorio totalmente ajeno al mío. El desprecio, que era más bien dirigido a su referente que a ella, fue evolucionando a unas ganas patéticas de ser su amiga. Me caía bien porque sabía que ella no pensaba en estás ridiculeces y escogía bien sus batallas. Patricia no priorizaba tanto la atención como yo o quizás disimulaba muy bien.
patto
(Esa de arriba es Patricia, la de Argentina. Es casi la encarnación de un ángel.)

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