Verdad o reto


He tenido un Carlos importante en mi registro de amores no correspondidos. De todos los Carlos que he conocido, escogí un romance unilateral con el que tenía una pantalla en la ceja, cerquillos y abusaba del uso de los pantalones de baloncesto. “El Flako”, le decían a quien siempre le parecí una chica desagradable, desaliñada y con falta de destrezas pélvicas a la hora de perrear. 

Fueron dos veranos miserables. Por tercer año consecutivo, todas las mañanas mis papás me dejaban en un campamento gratis en el parque de Villa Nevarez. Era un campamento aburridísimo. Todo entretenimiento se reducía a hablar pestes de la gente, montar coreografías y escaparnos por una alcantarilla enorme hasta la gasolinera y tirarle hielo a los carros. Fue en uno de esos veranos, que desarrollé, secretamente, una obsesión por “El Flako”. Tenía una foto de él en mi libreta y tallé en varios árboles de mi urbanización “M+C”. Después de ese verano, no pensaba que lo iba a volver a ver porque ya él estaba grandecito como para estar en el campamento, pero subió otra vez por esas gradas despintadas, con toda la gracia que lo caracterizaba y con una pantalla nueva en el labio. Todas corrieron a saludarlo, le chocó la mano a los otros que repetían el campamento y cuando me miró para saludarme, hice el “peace sign” y le saqué la lengua de lado. Yo creyéndome innovadora y simpática y él dándome por loca. Ese año decidí imponer todas mis fuerzas y actividades sociales para que algo pasara entre nosotros.
“Carlos ¿Verdad o reto?”
– “Veldá…”. Típica contestación de quien quiere hacerse de rogar.
– “¡¡Oye…siempre escoges Verdad!!” Le rogué.
– “Acho, yo no quiero jugar esta mierda de juego”
– “¡¿Estás cagao’ Carlos?!” Seguí rogando.
– “Ay, está bien, pues reto…”
Aquí era cuando me ponía nerviosa. Trataba de asomarme mucho para ser la primera opción de la muchacha que tuviese que escoger el reto. Todo dependía de ella. La miraba a los ojos y abría los míos. Trataba de infiltrar en su cabeza mi nombre.
“Te reto a… (Un beso a mí…un beso a mí, un beso a mí…)
darle un beso…(¡A Mariela, a Mariela!)
…aaaaa…(¡Yo! ¡Mírame!)
Karlyann.” (¡Puñeta! …Disimula, Mariela.)
Y sin más preámbulo, Carlos y Karlyann se dieron un beso, largo, con lengua…en mi cara. No pude parar de mirarlos. Vi sus lenguas, la saliva, cuando ella lo mordió un poquito, lo vi a él sonreír un poco. Vi destrezas rítmicas en ellos dos, que yo todavía no domino. Me quedé mirándolos hipnotizada sin expresión facial alguna. Después del tiempo promedio para un beso en público, se separaron. Karlyann tomó el control de la situación, adjudicándole un nuevo reto a alguien, como si nada hubiera pasado. Yo ya no estaba por todo eso.
Para todos en el campamento ella era la más bonita. Tenía el pelo intacto, amarrado en un moño tan apretado que le achinaba los ojos y trataba a todo el mundo como mierda. Siempre andaba con tres amigas o gente que la seguía a todas partes; una que todos los años va al campamento, una gordita que no opinaba mucho y yo. No sé cual fue su criterio de selección, pero aunque ellas no me cayeran bien, sabía que estaba en el corillo más prestigioso del campamento. Uno de esos días, sentadas en el pastizal hablando mal de la otra gente, pensé que sería buena idea confesarle a Karlyann que me encantaba Carlos. En mi cabeza si se lo decía a ella, ella iba a hablar con él y le iba a decir cosas súper buenas de mí; En lugar de esa resolución indolora, me jaló por el brazo y me paró frente a él, interrumpiendo su juego de baloncesto. “¡¡Flako, Mariela te tiene que decir algo!!”
Ese campamento era tan aburrido que se asomó casi todo el mundo, ansiosos por escuchar esta confesión. Se formó un círculo gigante con la mayoría de los miembros del campamento, incluyendo líderes y uno que otro maestro. Todo el mundo mirándome con una sonrisa de imbécil en la cara, esperando eso que ya sabían. Karlyann se salió del medio y me dejó sola en el círculo de gente, todos abacorándonos, empujándome hacia él. Carlos me miró arrugando la cara, “¿Qué pasa?” No entendí nunca su hostilidad conmigo. Ahí estaba, paralizada frente a él y a un público gritando cosas, como en la época medieval, cuando todos se aglutinaban para ver las torturas y se las disfrutaban.

“No, nada… eso es Karlyann jodiendo…”

“¡¡Qué embustera!! ¡¡Mariela me dijo que está súper enamorá de ti!!”

El público se alborotó. La gente alrededor empezó a gritar “¡¡¡Beso, beso, beso!!!”. Yo exteriormente proyectaba todo lo opuesto a lo que quería hacer. “¡¡Eso son embustes!!” Gritaba, mientras me empujaban hacía él y vi como poco a poco su cara se iba poniendo cada vez más asqueada. Mientras trataba de soltarse, gritó un “¡¡Acho fó!!”. Yo para disimular opté por la imitación, “aja…fó”. Hipocresía rampante. Nunca me voy a olvidar de ese flaco. Ni de su pantalla en la ceja, ni de su pantalla en el labio, ni de la pantalla que tenía en la tetilla. Mucho menos, de su bloque de pelo peinado hacía al frente, como una pollina aplastada con gel.
Antes de ayer me lo encontré en el supermercado. Tiene una esposa, que la energía que no usa para caminar la usa para hablar. Se le paseaba el alma por el cuerpo. Pelearon en cada góndola, “Nene, avanza, coge cualquier paquete de arroz”. Carlos se veía miserable, empujaba el carrito con la misma cara inexpresiva que tuve yo, cuando vi un beso con lengua por primera vez hace casi 18 años. Todavía pienso que no tengo oportunidad con él.

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